Queridos amigos,

Hoy traemos un artículo de Elena Rubio, que se estrena cElena Rubioomo nueva colaboradora del blog y  a la que estoy muy agradecida. Elena es psicóloga por vocación, y en los últimos años se ha especializado en niños y adolescentes, lo que conlleva el trabajo también con familias y adultos. La experiencia le ha llevado a entender la importancia de los primeros años de vida, sus relaciones con sus figuras de referencia y sus experiencias para un buen desarrollo en los años posteriores. Podéis leer un poquito más sobre ella en la sección de colaboradores y os invito a que visitéis también su web www.eneacoachingpsicologia.com y su página de Facebook donde publica artículos de lo más interesantes.

Os dejo con el artículo, una sabia reflexión sobre lo que entendemos por “fortaleza” que os encantará..

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Vivimos en la sociedad del tirar para adelante, del ser fuertes y recuperarnos cuanto antes de nuestros duelos, tristezas, pérdidas… se premian continuamente estas actitudes: “Fíjate qué fuerte, que después de fallecer su mujer, se ha incorporado al trabajo a la semana, y está rindiendo como el que más. Qué fortaleza tiene este hombre…”, o “Tienes que ser fuerte y salir de esta ruptura cuanto antes, porque es lo mejor que te podía pasar”. Como estos ejemplos, podría poner mil más que vivimos en nuestro día a día. Y a priori podrían no sonar mal, ¿verdad? Un viudo fuerte que sale en seguida del dolor, un buen consejo a una amiga para que olvide a alguien que no le convenía… pero ¿y qué pasa con ese dolor? ¿dónde ha ido? ¿Tan malo es sentirlo y confrontarlo?

¿Qué ha pasado con esas emociones mal llamadas negativas? Nuestra cultura no nos deja sentirlas… y si están ahí, ¿será por algo? Todas las emociones tienen su parte adaptativa y necesaria, que no podemos obviar. Sentimos miedo, ansiedad, angustia, tristeza por pura supervivencia, y son necesarias para huir ante situaciones peligrosas, para superar las pérdidas, y un sinfín de respuestas adaptativas a nuestro miedo. Bien es cierto que dichas respuestas, de una forma desmedida, dejan de ser funcionales; y es entonces cuando hay que tratar de reducirlas, y conocer bien el de dónde nos han venido, trabajar con ellas y conseguir que sean lo más adaptativas posible.

FORTALEZ

Por supuesto, estas creencias se las estamos trasladando a nuestros pequeños, el futuro de la sociedad, haciéndoles creer que no pueden llorar, que es de débiles. Que la debilidad no se quiere aquí; el mostrarse vulnerable ante los demás va a hacer que sean el flanco de risas de los amigos, que no quieran jugar con ellos… incluso, sin darnos cuenta, premiamos que se mofen de los “flojitos”, que no jueguen con aquellos que no aportan en el equipo de fútbol porque no puede correr del tirón más de tres carreras seguidas. Hay que ser el primero y el más fuerte en todo… ¿o si no, qué? Enfrentémonos a nuestros miedos, no los volquemos sobre nuestros hijos y sigamos alimentando esa pescadilla que se muerde la cola. El más fuerte, el más rápido, el más listo… sólo hay uno. El resto, según esta máxima, tiene que vivir condenado en la mediocridad de ser normal, vulnerable, con sus momentos buenos y sus momentos malos… y está penado! La normalidad está castigada. El sufrir, el llorar, el no recuperarse de una pérdida en pocos días  está mal visto.

Así, los pequeños entienden que no está bien que lloren o que tengan miedo, o que no sean los más fuertes, porque sus mayores les rechazan. Esas emociones van guardándose, escondiéndose con vergüenza, y hacen de nuestros hijos personas inseguras, insatisfechas, con la autoestima herida, con miedos ocultos y heridas sin curar. En definitiva, son niños infelices que se convertirán en adultos en apariencia fuertes, inquebrantables, ambiciosos buscando ser el número uno. Pero si miramos por dentro… y tal vez esto nos resuene a nosotros mismos, haya muchos miedos y angustias que hacen aguas y salen por “los desagües” más insospechados…

Confrontemos con la realidad, suframos, sintamos miedo y mostremos a nuestros hijos con orgullo cómo lo hemos sentido y cómo hemos podido afrontarlo y salir adelante, con esfuerzo, tiempo y, por qué no, con ayuda. Esto nos hará personas felices por dentro y por fuera.

Mil gracias Elena por compartir esta sabia reflexión.

Un abrazo,

Firma y web

 

 

 

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